Los visitantes llegaron en tren desde Madrid, vía Aranjuez, y recorrieron andando el trecho que separa la antigua Estación al centro, cruzando el Puente de Alcántara hasta dar con la Plaza de Zocodover.
A través de un arco en una esquina de esta venerable y antigua plaza porticada, y en la esquina de una calle inusualmente ancha para esta parte del mundo, y especialmente para Toledo, vimos un letrero que anunciaba el Parador Nuevo, y ciertamente era algo nuevo para nosotros en cuanto a hoteles, ya fuera por la construcción, el mobiliario o el personal del establecimiento.
La dueña de este hotel era una viuda corpulenta, de mediana edad; y los ayudantes eran una camarera, un cocinero y el mozo, Manuel, que parecía una especie de factótum, aunque parecía más una persona bondadosa e ingenuo del tipo de Sancho, que nos atendía con mucha obsequiosidad y asiduidad.
Sigue el relato describiendo el edificio:
La casa, que sin duda fue una vez un monasterio, fue construida, como la mayoría de las casas españolas, alrededor de un patio cuadrangular, con la galería superior abierta y sostenida por las columnas del corredor inferior; en este se adosaba la amplia escalera de ladrillo, y desde ella se abrían las puertas medio acristaladas que daban acceso respectivamente, a las cocinas, al comedor y a las habitaciones reservadas para los almacenes y las que ocupaba la familia, compuesta por dos o tres niños y gatitos. Arriba había una galería abierta por los cuatro lados, sobre la cual el tejado de pizarra sobresalía lo suficiente como para protegerlo de la intemperie; y desde aquí, las puertas se abrían a los diversos dormitorios. El suelo de este corredor, así como el de todas las habitaciones, estaba cubierto con esteras, y las paredes estaban todas encaladas. Los muebles eran escasos y de estructura sencilla, pero al igual que la ropa de cama, estaban escrupulosamente limpios.
Este interior de aspecto muy oriental se hacía más interesante al estar el hotel construido contra, o más bien dentro, de uno de los muros del Alcázar en ruinas; cuyos restos desmoronados, vistos desde la galería y las escaleras, formaban un cuadro muy pintoresco. Aquí, como excepción al resto de la ciudad antigua, habían brotado algunas enredaderas que colgaban con gracia.
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Ilustración del libro Cosas de España: illustrative of Spain and the Spaniards as they are. 1866. |
Dejo al final de esta entrada*, por ser muy extenso, un extracto de los momentos en los que los visitantes comen en el Parador Nuevo. Como ya he comentado, el relato está lleno de situaciones que revelan el choque entre los usos y costumbres de ingleses ilustrados que podían permitirse viajes al extranjero y los toledanos del siglo XIX (incluido el insustituible uso del ajo en nuestra cocina).
Antes de 1865, J. Laurent tomó la famosa fotografía desde la parte de arriba de la cuesta, a la altura de la entrada lateral del Alcázar. Es la única fotografía en la que podemos ver los arcos que cerraban la plaza de Zocodover al inicio de la cuesta, derribados en 1865, y el edificio denominado de los boteros que se encontraba antes de iniciarse la cuesta de las Armas. En esta fotografía se adivina también el Parador Nuevo, con su caballería en la puerta.
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Calle que conduce desde la Plaza al Alcázar / J. Laurent. Colección Luis Alba. AMT. |
Ya en los 80 tenemos noticias de que el nombre pasa a ser Fonda Imperial u Hotel Imperial. Tenemos la suerte de que otro viajero se alojase allí y escribiese sus experiencias. Se trata del americano Samuel Parsons Scott, autor de Through Spain: a narrative of travel and aventure in the península editado en 1886.
La Fonda Imperial había sido recomendada por un amigo en Madrid como la mejor de Toledo, pero la había mencionado con ese involuntario encogimiento de hombros que habla con más fuerza que las palabras, aumentando mis temores, pues ya tenía algunos prejuicios contra los hoteles castellanos, proverbiales por sus incomodidades, y consciente también de que el dicho "una noche toledana" presenta en la mente del viajero experimentado la idea de una absoluta miseria.
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Ilustracion de una Fonda en Through Spain: a narrative of travel and aventure in the península |
También Scott describe la Fonda Imperial:
El patio estaba rodeado por una galería destartalada apuntalada con postes, la planta baja estaba ocupada por los establos, y, en un rincón, un grupo de arrieros cotilleaba con una mujer que hilaba estopa con la más primitiva de las ruecas. La casera salió a recibir a los huéspedes, y como el activo mozo se echó la maleta al hombro, lo seguí a mi habitación. Este tipo, locuaz, como todos los de su especie, me entretuvo en el camino con una enumeración de las ventajas superiores que poseía el hotel, insistiendo con peculiar gusto en el lujo de la mesa, y generando expectativas que tardaron bastante en hacerse realidad.
Habiendo fingido limpiar el polvo de los muebles, que estaban tristemente necesitados de ello, y una pieza de cobre, recibió su propina, la cual depositó cuidadosamente en un chal enrollado alrededor de su cintura en voluminosos pliegues, lo que indicaba su uso como receptáculo para diversos artículos de uso personal, marchándose para mi infinito alivio.
Sigue el relato con una descripción no muy favorable para The Mozo:
El mozo es el mayordomo de una casa española. Se encarga de la venta, es portero, camarero, chico de los recados, limpiabotas, camarero y, a menudo, cocinero, realizando todas estas tareas por el tentador salario de dos dólares al mes. Al tener poco tiempo libre para dedicarlo a su aseo, se afeita solo tres o cuatro veces al año, evita los cuellos y las corbatas, y considera una camisa limpia como una señal de debilidad afeminada, indigna de un buen cristiano. Al mirar sus manos, uno no supondría que el jabón ya se había introducido en España. Es, además, el ser más sociable del mundo y puede darte más información falsa y preparada en cinco minutos que la que el mensajero más mentiroso puede producir en una semana.
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Ilustración en Through Spain: a narrative of travel and aventure in the península |
Dejo al final de la entrada**, al igual que el libro anterior y para no extender más el relato, la descripción hecha por Scott de la habitación de la Fonda Imperial y de la cena a base de garbanzos y cerdo (en lo que parece ser una especie de cocido).
Sabemos que en 1897 el Hotel Imperial pasa a manos de Guillermo López Marín, natural de Mora. En la ciudad se conocía por la casa de Guillermo. Guillermo López fue anteriormente el dueño del restaurante Petit-Fornos, en la calle de la Sierpe y anunciaba su hotel en los diferentes periódicos de la época.
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Anuncio del recién reformado Gran Hotel Imperial. La Campana Gorda octubre de 1897. |
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Gran Hotel Imperial de Guillermo López en el Album-Guía de Toledo de Constantino Garcés y Vera. AMT. |
Ya a finales de los años 20 el dueño del Hotel Imperial era Juvenal Martínez. Al iniciarse la Guerra Civil, Juvenal tuvo un incidente con las tropas sublevadas recluidas en el Alcázar, que le reclamaron los enseres del restaurante, negándose Juvenal al querer salvar su negocio. Aquel incidente propició que perdiera la propiedad del solar en los primeros años de la dictadura franquista. Años después, en 1950, un hijo de Juvenal, Luis Martínez Moreno abrió el Bar Avenida, conocido como El Luis, en el recién creado barrio de la Avenida de la Reconquista y en el lugar donde estaba el Bar Bilbao. (Hubo entre 1945 y 1949 en el primer bloque de la Reconquista un bar llamado Imperial, ¿tuvo relacion este bar con Juvenal Martínez?)
Esta es la historia que he podido componer del número 7 de la cuesta del Alcázar, que concluyo con el relato de la marcha de Toledo del matrimonio Byrne después de su estancia en el Parador Nuevo, un cuadro que refleja perfectamente el Toledo de aquellos años:
Después de cenar, partimos hacia el tren. Nuestra última visión del parador, al mirar atrás, fue la figura desconsolada de Manuel, enmarcada en el arco del portón. Con las manos cruzadas con indiferencia y los pulgares girando uno alrededor del otro, nos dirigía su última mirada mientras nos alejabamos. Salimos por la Puerta de Alcántara y nos encontramos con más ganado entrando al casco antiguo del que habíamos visto en toda nuestra visita. Era un espectáculo bastante animado: los rebaños, las yuntas de mulas y bueyes, los campesinos envueltos en mantas de rayas brillantes sentados sobre las grupas de sus asnos, los toscos carros de madera y las albardas con los cántaros de agua colgadas de las bestias de carga, eran todos esencialmente toledanos.
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Aspecto actual de la calle de la Paz. |
Fernando Riaño Sánchez de la Poza
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* Cosas de España: illustrative of Spain and the Spaniards as they are", Mr. Pitt Byrne y Julia Clara Byrne. Editado por Alexander Straham (Nueva York. Londres). 1866. Original en inglés digitalizado por Google de la New York Public Library (HathiTrust Digital Library).
COMIDA EN EL PARADOR NUEVO.
Habiendo elegido nuestras habitaciones, comenzamos a recordar que aún no habíamos comido y preguntamos qué podíamos pedir. Manuel, quien evidentemente estaba intentando la hazaña de descubrir cuáles serían los gustos ingleses, propuso los platos más descabellados, dándonos una idea de su poca ideas sobre esta cuestión. Habiendo rechazado todas sus sugerencias, le rogamos que nos diera unos huevos con pan español y café con leche. Al mencionar los huevos y la leche, el pobre Manuel se quedó atónito, pero tras unos momentos de reflexión, prometió intentar conseguirlos, aunque el cumplimiento de la promesa era tan dudoso que preferimos recurrir a lo que la casa ofreciera.
Sin embargo, la casa no ofrecía nada; "¡la despensa estaba vacía!". Así viven los españoles, al día, y es difícil entender cómo los hoteleros, cuando hacen negocios de esta manera, pueden lograr que les salgan las cuentas.
Era evidente que tendríamos que esperar un poco, y en consecuencia nos divertimos observando las operaciones de un vendedor de vinos, que acababa de traer al patio un odre lleno, que procedía a embotellar para el consumo de la fonda. Estos odres de cerdo, o borrachas, son los recipientes de aspecto más tosco imaginable, y como cuelgan fuera de las tiendas de los comerciantes de vinos, la vista casi repugna a uno con su contenido; añádase a esto el descuido en su fabricación tanto por dentro como por fuera, por lo que el sabor que trsladan al vino es atroz. Están cubiertas de cerdas y, además de estar hinchadas hasta alcanzar un tamaño enorme, se vuelven rígidas y grotescas en su forma. Siempre se les quita una pata delantera, así como la cabeza, y se cosen fuertemente para que no haya escape; se inserta un anillo de metal con un tapón de rosca, y a través de este se vierte y se saca el vino.
Después de haber desechado el vino, había otro asunto que nos llevó al primitivo pozo de la posada. El acceso al manantial se obtenía a través de una pequeña puerta en la pared debajo de las arcadas, y aquí se bajaban y se volvían a subir las latas y los cubos de agua.
Por fin, vimos a Manuel corriendo hacia nosotros a través del patio, con su delantal blanco y una servilleta en la mano, para decirnos que el desayuno estaba listo. Había logrado conseguir la comida no muy complicada que habíamos pedido, pero como no habíamos mencionado el azúcar, nunca se le había pasado por la cabeza redonda y sencilla traerlo, y como el azúcar es un artículo de lujo que no se guarda en las tiendas del Parador Nuevo, Manuel salió corriendo a comprar media libra, que nos colocó de la manera más sencilla en un trozo de periódico español, tal como lo había arrugado el tendero, y con un color muy inusual
Para demostrar la habilidad del chef, Manuel había convertido nuestros huevos en una tortilla, cuya apariencia no elevó mucho nuestra opinión sobre el talento del cocinero, pero como estaba hecha con buena intención, nos la comimos, con la misma gracia que cuando Luis XV insistió en cocinar este mismo plato con sus propias manos para Madame du Barri y el conde Jean.
Manuel, cuyo único objetivo era complacernos, había añadido además un plato de lonchas fritas de jamón con dulces, o jamón y azúcar, un plato muy sabroso. Un compuesto típico en España, y uno que no nos resultó difícil de aprobar, aunque algo extraño para un paladar inglés. Los españoles están extraordinariamente orgullosos de sus cerdos alimentados con castañas y consideran que su carne es muy sabrosa.
Durante nuestra comida, nos dimos cuenta de que nos habíamos convertido en objetos de considerable interés para Manuel, quien continuaba merodeando por la mesa, yendo y viniendo hacia el armario donde guardaba su escasa reserva de cristalería y porcelana, y ordenando sus cuchillos sin filo y tenedores de dos puntas como excusa. Finalmente, no pudo contener más su curiosidad y, deteniéndose repentinamente al final de la mesa, sobre la que apoyaba ambas manos, preguntó respetuosa pero vehementemente a qué país pertenecíamos. Cuando le dijimos que éramos ingleses, apenas pudo contener, primero su sorpresa y luego su alegría. ¡Él nos había tomado por napolitanos! Aunque aparentemente no le atribuía ningún significado geográfico, en cuanto supo que veníamos de Inglaterra, descubrió un fuerte vínculo de simpatía.
Nos contó que una vez estuvo a punto de ir a Inglaterra con un hidalgo que tenía la idea de visitar ese país, ¡pero finalmente cambió de opinión! En su ingenuidad, Manuel se consideró de inmediato «un hombre y un hermano» y se dedicó a preparar nuestra cena, que se comprometió a preparar él mismo si le decíamos en qué consistiría y cuándo se serviría. Esto dio lugar a una larga conversación que, en su transcurso, nos introdujo en la extraña situación comercial y doméstica del país. Toledo es, evidentemente, un lugar muy apartado y, por consiguiente, está escasamente abastecido, especialmente en cuanto a productos de alimentación. Fue curioso, después de que Manuel negara con la cabeza las veces necesarias a cada nueva petición, percibir los límites tan estrechos a los que se reducía nuestra elección. Cuando se mencionó una coliflor, el pobre hombre se sintió humillado, y al sugerirle un pavo, levantó la vista con una mirada que parecía decir: "¡No entiendo nada!".
Al ver la situación, decidimos dejar que Manuel decidiera la cena, con la única condición de que evitara el ajo, una recomendación que pareció sorprenderle más que cualquier cosa que hubiéramos dicho o hecho hasta entonces...
CENA EN EL PARADOR NUEVO.
Habíamos perdido tanto tiempo sin darnos cuenta explorando este lugar maravillosamente atractivo (el Alcázar), que la hora que habíamos fijado para la cena había llegado mucho más rápido de lo que creíamos. Así, nos dirigimos al Parador Nuevo, y tan pronto como lo avistamos, percibimos la robusta figura de nuestro fiel Manuel esperándonos con impaciencia en el umbral de la cochera. Tan pronto como nos vio, el ceño ansioso se transformó en una sonrisa, y se dirigió con paso rápido a la cocina para avisar de nuestra llegada, de modo que cuando entramos en el comedor, todo estaba listo.
El menú de nuestra cena nos pareció muy sencillo, y todo era bastante comestible. Consistía en un plato de lomo de cerdo, o chuletas de cerdo, un tazón considerable de patatas hervidas con mucha precisión y una extravagante tortilla al ron. Nuestra bebida era detestable, vino de Valdepeñas, sin duda de la piel de cerdo que habíamos visto embotellada por la mañana.
El pobre Manuel, sin embargo, rondaba a nuestro alrededor, y parecía tan acalorado y excitado que una palabra de insatisfacción lo habría aniquilado; así que nos tragamos nuestro disgusto y sus viandas, y pusimos sobre todo un rostro tan sonriente como su propio semblante amplio y afable, que se expandía aún más bajo el sol de nuestra satisfacción.
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**Through Spain: a narrative of travel and aventure in the península. S. P. Scott. Editado por J. B. Lippincott Company (Philadelphia y Londres). Del original en inglés digitalizado por Google de la University of Virginia (HathiTrust Digital Library).
LA HABITACIÓN DE LA FONDA IMPERIAL
Mi habitación estaba pavimentada con anchas baldosas rojas, las paredes estaban encaladas y el techo estaba formado por las vigas sin cepillar que sostenían el tejado. Distribuidas aquí y allá, había xilografías francesas baratas en colores llamativos, que representaban temas que no suelen exhibirse donde se consultan las conveniencias de la vida. Los muebles eran de hierro, las almohadas a prueba de balas y el colchón de terciopelo, lo suficientemente duro como para satisfacer al anacoreta más austero, conteniendo un número ilimitado de seres para la investigación entomológica.
Al salir al balcón, mis ojos, en lugar de refrescarse con la vista de naranjos, parterres y fuentes centelleantes, se posaron en las mulas que masticaban su cebada en los establos y en los víveres apilados descuidadamente sobre el pavimento. ¡Qué cambio con respecto a las frescas y bien cuidadas posadas de Andalucía! La transición fue demasiado rápida y, aunque esta era mi primera incursión en la fonda castellana, no necesité más experiencia para convencerme de la verdad de lo que me habían dicho a menudo, a saber, que las miserables posadas de hoy son idénticas a las posadas tan humorísticamente descritas por los primeros escritores españoles, sin que se haya producido ninguna mejora perceptible en ellas en los últimos trescientos años.
CENA EN LA FONDA IMPERIAL
Mis meditaciones fueron interrumpidas por una llamada a cenar, y bajé al comedor, donde encontré una nutrida compañía reunida alrededor de una fuente humeante de garbanzos.
Para los no iniciados, diré que los garbanzos son una especie de guisante que se cultiva en el norte de España y un artículo favorito en la dieta en todo el reino. Su bajo precio es tan atractivo como sus cualidades nutritivas y su capacidad para satisfacer el apetito más voraz. Se hierven con un pequeño trozo de cerdo y se sirven sin ningún condimento, ni siquiera sal, formando siempre el primer plato y, a veces, como en este caso, el único. Puede que haya comida más insípida, pero nunca la he probado. A pesar de la falta de variedad, todos logramos calmar el hambre, con la excepción de una dama y un caballero franceses, quienes, después de una indignada protesta por verse obligados a "cenar como caballos", abandonaron la mesa disgustados y tomaron el siguiente tren a Madrid.
Traducción libre del autor del blog.